Caminante con diabetes si quieres, puedes hacer también tu Camino de Santiago.
Llevaba tiempo con ganas de sentir la experiencia que personas que habían hecho el Camino de Santiago me contaban. Las motivaciones varían, pero el sentimiento que genera creo que es similar para todo el mundo.
Afortunadamente, hace unos años, gracias a unas muy buenas amigas, pude cumplir ese propósito. Uno de los principales motivos que impedían que me lanzase a la aventura fue que tengo Diabetes Mellitus tipo 1 desde 2001. Ya lo comenté en un artículo anterior «Turismo y diabetes«. La dependencia de insulina que implica junto a las hipoglucemias que pueden aumentar debido al desgaste energético, hacían que no me lo planteara en serio. Caminar tanto diariamente provoca el descenso del nivel de glucosa en sangre.
Un buen día, Mª Carmen, Noelia, Encarna y Alba propusieron la idea. Ellas habían realizado ya varios tramos de diferentes caminos. Pensaron que la opción de realizar una parte del Camino Portugués, desde Tui hasta Santiago de Compostela era factible. Por un lado para Juan Carlos y para mí, que era nuestra primera vez. Por otro lado para Merce amiga que, por motivos de salud, tampoco podía excederse.
Mari Carmen y Noe, que ya son unas expertas en emprender esta aventura, prepararon un dossier encuadernado y con logotipo y todo. Logo que también aparecía en nuestras camisetas; ¡Qué profesionales!.
En su documento disponíamos de información práctica y útil. Había un listado de albergues públicos y privados. Estos últimos son algo más caros, pero se podía reservar y asegurarte así lugar para dormir, ya que en verano hay más peregrinos haciendo el Camino. También se explicaban los itinerarios de cada jornada y las características y dificultades de cada uno de ellos. Aparecía qué hacer y visitar tras realizar cada etapa. Y por último, había un apartado con observaciones del tipo: dónde sellar las credenciales o recomendaciones como: en qué momento y dónde se ha de comprar agua y comida si a continuación discurrirán varios kilómetros sin posibilidad de hacerlo.
Pero, no os preocupéis, que si queréis obtener este tipo de información, a lo largo de este escrito os iré indicando los lugares o links en los que también la encontraréis.
Lo primero que hay que hacer es dirigirse a la oficina de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en la que a parte de la información y consejos, se puede obtener la credencial, documento imprescindible para poder conseguir la Compostela. Se trata del certificado expedido por las autoridades eclesiásticas que garantiza haber completado al menos 100 kilómetros a pie o a caballo, o 200 (si se hace en bicicleta) del Camino de Santiago. Este es el enlace de la página web de esta asociación en Alicante: http://encaminodesdealicante.org/
Algunas semanas previas al viaje, estuvimos caminando todo lo posible, con el calzado que íbamos a usar durante el Camino para acostumbrar nuestra musculatura, respiración y pies al esfuerzo especial al que los íbamos a someter. Además fuimos preparando la mochila con lo estrictamente necesario y siguiendo los consejos de nuestras amigas y de la asociación.
Tras organizarnos, ya que partíamos de diferentes ubicaciones, nos encontramos en Tui (provincia de Pontevedra), municipio encantador situado a orillas del rio Miño, cuya Catedral Fortaleza conforma un claro exponente de la transición entre el Románico y el Gótico. Esa fue nuestra primera noche en un albergue, el de Santo Domingo. Pero antes de dormir, aprovechamos para visitar la localidad y sus monumentos, así como pasear a orillas del río Miño y contemplar el Puente Internacional que lo atraviesa y te permite llegar a la ciudad portuguesa de Valença.
A la mañana siguiente, bien tempranito y tras un buen desayuno, emprendíamos por fin, nuestra primera etapa, con mucha ilusión y alegría. Aquí se quedaban los coches, esperando nuestra vuelta en tren, cuando finalizara nuestra aventura.
Como el recorrido comprende 119 kilómetros a Santiago de Compostela y no teníamos demasiada experiencia en esto, dividimos la distancia en 6 jornadas. En la imagen de nuestra camiseta personalizada aparece el nombre de las localidades en las que decidimos parar tras cada etapa, al igual que aparece en nuestro dossier, cuya foto está unos párrafos más arriba.
Al tratarse del mes de agosto, cada travesía suponía un pequeño reto para la conservación a temperatura correcta de la insulina pero, como prácticamente todo en la vida, tenía solución. Durante el recorrido a pie llevaba los viales y bolis de insulina en una neverita portátil con varias placas de hielo o enfriadores reutilizables, los cuales ponía en congelador en cuanto llegaba a los albergues. Hay que decir que no todos los albergues contaban con frigoríficos y/o congeladores, pero siempre encontraba algún restaurante o cafetería en los que me conservaban ambas cosas muy amablemente. Eso sí, siempre me aseguraba de que al día siguiente abrían bien tempranito, así aprovechábamos para tomar un buen café y desayuno para afrontar de la mejor manera el día.
Algo imprescindible, si también tienes diabetes, es que hables con tu endocrino/a y enfermero/a para que te asesoren sobre cómo actuar ante diversas situaciones, el material que has de llevar (que por cierto, ha de ser doble y estar en otra mochila por si perdieses la tuya) y que te firmen un documento en el que se explique que has de llevar insulina, agujas, infusora o bomba de insulina y sensor (como es mi caso), etc. por si fuese necesario acreditar tu situación.
También es recomendable llevar en una pulsera, colgante o similar un identificador para que, en caso de emergencia, el equipo médico que te atienda, sepa que tienes diabetes. Este consejo sirve para toda aquella afección que cualquiera tenga; por si te ocurriese algo en un momento en el que te encuentras solo/a y nadie pueda responder por ti. Por supuesto, también se ha de llevar un listado con los números de teléfono y direcciones de los servicios médicos de la zona para actuar con rapidez en caso de que sea necesario.
Los primeros pasos fueron emocionantes, tenía todo un reto por delante y me provocaba muy buenas energías. Echaba mucho de menos a nuestra pequeña Celia, pero sabía que ella también se lo iba a pasar pipa con sus abuelos, así que, todo fluía. Estaba rodeada de personas queridas y haciendo algo que me apetecía mucho; me limité a disfrutar del momento y hasta pensé que el móvil sobraba… Necesitaba conectar física y mentalmente con el entorno. Como si de magia se tratara, esa misma tarde, en el albergue, mi móvil sufrió una caída y dejó de funcionar. En un primer momento me resultó frustrante, pero enseguida lo vi como una señal, y ahí empezó la conexión con “mi camino”.
La primera etapa discurría junto al río Louro y terminaba en O Porriño, municipio caracterizado por sus canteras de granito rosa exportado a varios países europeos, Estados Unidos y Japón. Al llegar allí, estiramos un poco la musculatura y buscamos algo de comer mientras esperábamos que abriera el albergue. Era importante llegar pronto para encontrar cama. Según íbamos llegando los peregrinos a cualquier albergue público, era necesario dejar la mochila en fila para que cuando abrieran (en torno a las 14h o 15h) se hiciese ese check-in por estricto orden de llegada.
Esta rutina era común, así como el ducharnos, lavar la ropa y tenderla para que al día siguiente estuviera seca. Dedicábamos un par de horas al descanso, y tras esto, aprovechábamos para visitar el municipio, degustar su gastronomía y sellar nuestra credencial. A parte de los albergues y edificios religiosos, también te la sellaban, por ejemplo, en algunos comercios, negocios hosteleros y oficinas de turismo.
Durante las etapas, conocíamos otros/as peregrinos/as, nos deleitábamos contemplando la naturaleza que nos rodeaba y la arquitectura local (cruceiros, hórreos, etc.) y nos encontrábamos con animales a nuestro paso. Nos encantaba el ambiente especial y espiritual que se respiraba.
La segunda etapa iba de O Porriño a Redondela. Como ya habíamos calentado motores y se trata de la etapa más corta de todo el recorrido, fue muy llevadera, así que, por la tarde fuimos caminando a la Ensenada de San Simón, en la ría de Vigo. Pasamos muy buen rato allí viendo el atardecer.
Todas las noches tratábamos de cenar pronto, charlar un rato y echar unas risas, programar la ruta del día siguiente y establecer la hora de salida. Dependiendo del número de kilómetros, de la dificultad de la ruta y de la previsión del clima, el madrugón variaba.
Durante la tercera etapa, que transcurría de Redondela a Pontevedra, atravesamos Ponte Sampaio, una población llena de historia a la que accedimos por el puente homónimo sobre el río Verdugo. Ahí se libró, entre el 7 y el 9 de junio de 1809, la batalla que expulsó definitivamente de Galicia a las tropas de Napoleón. Decidimos parar un ratito para comer algo mientras relajábamos la mirada frente a aquella panorámica tan bonita. Aún permanece en mi mente la sensación de serenidad que sentí.
Retomamos nuestra andadura y en el último tramo me lesioné levemente los gemelos. Afortunadamente pude contactar con una fisioterapeuta que ofrecía la posibilidad de acudir al albergue de Pontevedra. Sus manos hicieron un buen trabajo. Al día siguiente estaba como nueva.
Pero la anécdota más curiosa de ese día fue que durante ese ratito de descanso en Ponte Sampaio nos encontramos la cartera de un chico madrileño. Supusimos que era peregrino también y se nos ocurrió buscar su nombre en redes sociales para contactar con él. Le dijimos que nuestra siguiente parada era el albergue de Pontevedra y allí o en la comisaría de la Policía local más cercana al albergue, dejaríamos su cartera. El chico no respondió…
La cuarta etapa, de Pontevedra a Caldas de Reis, era la segunda más larga de todo el recorrido, pero fue bastante accesible, sin apenas desniveles. Esa tarde aprovechamos para visitar el municipio y la fuente pública de agua medicinal de Las Burgas. Mojamos los pies en el pilón de agua caliente cercano a la fuente y recorrimos poco más de dos kilómetros a la vera del río Umia para llegar al área natural de la cascada de Segade. Allí me encontré con dos alumnas de los ciclos formativos de Turismo del IES Mediterrània de Benidorm, que estaban trabajando en la zona, ¡una sorpresa entrañable!
Este día la anécdota más simpática surgió cuando unas chicas tras mirarnos varias veces nos preguntaron si nosotras éramos las que encontramos la cartera. Por lo visto, se había corrido la voz entre los peregrinos. El chico finalmente vio el mensaje y pudo recuperar su cartera en Pontevedra. Nos alegró mucho conocerlo y saber que ya la había recuperado.
La quinta jornada nos llevó a Padrón, municipio coruñés vinculado a dos importantes figuras literarias de nuestro país: Rosalía de Castro, porque vivió sus últimos años en una casa a las afueras llamada “A Matanza” y convertida actualmente en museo, y Camilo José Cela, quién nació en Iria Flavia, aldea perteneciente al ayuntamiento de Padrón.
El albergue municipal se encuentra a los pies del Convento del Carmen. Cuando llegamos, dejamos las mochilas y subimos una pequeña cuesta para verlo exteriormente, puesto que solo abren para los actos litúrgicos. Por la tarde dimos una vuelta por el centro histórico y visitamos la iglesia de Santiago y la fuente del Carmen, en la que cuenta la leyenda que el Apóstol golpeó tres veces una roca con su báculo y milagrosamente comenzó a manar el agua.
Este es uno de los albergues que no tiene nevera, por lo que dejé la insulina en un bar cercano, en el que desayunamos bien temprano para afrontar la última etapa. Los niveles de azúcar fueron bastante estables todos los días, tuve más hipoglucemias debido al aumento de ejercicio, pero las controlaba bastante bien. Siempre llevaba conmigo sobres de azúcar, fruta y barritas energéticas.
El trayecto final era el más largo, unos 25 kilómetros hasta la meta: la mágica ciudad de Santiago de Compostela. Conforme nos íbamos acercando a ella, la emoción crecía. Me habían hablado de esa sensación de alegría y bienestar que te producía la entrada a la ciudad y especialmente la llegada a la Plaza del Obradoiro viéndote arropada por los edificios históricos que la componen y frente a la imponente Catedral de Santiago. No hay palabras para describir lo que se siente, aún se me ponen los pelos de punta. Hay que vivirlo… Por algo la ciudad es Patrimonio de la Humanidad.
Pasamos aproximadamente una hora en la plaza, disfrutando el momento. A continuación nos dirigimos a la oficina del Peregrino para que nos estamparan el sello final del Camino en nuestras credenciales y nos expidieran la Compostela. De ahí nos dirigimos al albergue. Por la tarde disfrutamos del centro histórico de la ciudad y de la gastronomía gallega.
El último día de nuestra aventura lo pasamos viajando en tren de vuelta a Tui y tras esto en coche, de vuelta a casa. Fueron días inolvidables en los que la paz que se respira y las experiencias que se viven dan lugar a una conexión con uno mismo muy especial. Para mí esto supuso todo un logro. Como bien afirmó Antonio Machado en su poema «Al andar se hace el camino». Caminante con diabetes si quieres, puedes hacer también el tuyo.
Me ha encantado evocar la experiencia escribiendo estas palabras, espero que sirvan de ayuda y ánimo para otros/as peregrinos/as potenciales. Además 2021 es Año Jubilar Compostelano al caer el 25 de julio, fiesta de Santiago Apóstol, en domingo, así que tenéis unos meses para organizar y realizar vuestro camino.
Agradezco enormemente la cesión de algunas de las imágenes anteriores a «mi equipo caminante», así como el apoyo incondicional que siempre me ofrecen. Sois lo más. ¡Hasta la próxima aventura!
Todo lo relatado pertenece a hace unos años, por lo que conviene informarse bien sobre la normativa actual que la pandemia ha generado. Algunos de los enlaces que se pueden consultar son:
https://www.caminodesantiago.gal/es/planifica/las-rutas/camino-portugues
© del texto e imágenes: Montserrat Jiménez Crespo