Hace unos años estuvimos en Sao Miguel, la isla más grande de las nueve que componen el archipiélago de las portuguesas Islas Azores. Enumero paso a paso cómo fue nuestro periplo por la isla, de la que guardamos un grato recuerdo, y que realizamos hace algunos años, a principios del mes de septiembre.
Cogimos el tren AVE Alicante – Madrid. Una vez en la Estación de Atocha tomamos el Bus amarillo que lleva al aeropuerto. Para ello hubo que subir las escaleras de Atocha, salir fuera y rodear un edificio circular de ladrillo. Allí estaba la parada. El precio del billete: 5 euros. Tenía paradas en la T1, la T2 y la T4. Nosotros íbamos a la T2.
En Ponta Delgada (capital de Sao Miguel), nos alojamos en el Sao Miguel Park, un hotel de 4* que estaba muy bien. Ponta Delgada no tiene playa y la gente se baña en el puerto pero es un puerto muy poco transitado. El pescado allí es espectacular.
Durante los dos primeros días alquilamos un coche y nos fuimos a ver los alrededores: toda la parte Este de la isla, con sus acantilados tremendos. Pasamos por Ribeira grande y de allí hacia el norte…
No sabíamos que hubiera tantas vacas; las típicas lecheras, muy monas. Comimos en un buffet a solo 7 euros más bebida. Allí probé los chicharrones, que la traducción al castellano es jurel. Los hacen fritos, y son pequeños, muy sabrosos. A mí me encantaron. Cerca de allí fuimos al “Salto da Farinha”. Es un enclave fantástico, con una cascada de agua impresionante. Primero fui a ver el mar que rompía salvajemente en la cala, y allí cerca había una piscina que almacenaba el agua que caía de la cascada y corría por el valle. Ponía algo así como que podías bañarte y que era termal, pero estaba fría.
El camino inverso, hacia la cascada, era espectacular; frondoso, lleno de hortensias y vegetación tropical por todas partes. Luego fuimos bajando por el noreste.
Al llegar a Furnas nos agobiamos porque todo el paisaje era tenebroso, con humo debido a las fumarolas.
Al día siguiente nos habíamos apuntado a una excursión. Volvimos a Furnas y nos comimos un cocido de las fumarolas. Allí la gente pone el cocido enterrado en la tierra, en una olla bien tapada, a las 6 de la mañana, y a la 1 van a por ella. Las utilizan restaurantes pero también particulares. Ponen una banderita como que esa fumarola está ocupada. El guía nos explicó también que está terminantemente prohibido bañarse en el lago que hay al lado pues tiene un exceso de oxígeno debido a las algas que lo habitan y que hay gente que ha muerto por bañarse allí. Me dejó algo consternada.
Bueno, el cocido llevaba ternera, cerdo, pollo, patatas y verduras. Sabía riquísimo, con un ligero sabor a azufre…
Continuando la visita de ese día, también fuimos a una fábrica de té pues Sao Miguel es el único sitio de Europa que fabrica té: té verde y té negro. Había tres tipos de té verde, y tres tipos de negro: el té negro Pekoa, más fuerte, el Orange, aromático, para cuya fabricación se usaba la hoja más pequeña de arriba, y el broken que degustamos frío. La fábrica se llamaba “Gorreana”, y dos chinos les enseñaron a los habitantes a cultivar el té pues el clima es muy propicio, y es que en la isla de Sao Miguel una de las principales actividades económicas fue el cultivo y exportación de naranjas, pero ocurrió que en muy poco tiempo un mal se apoderó de los naranjos, dejando todas las plantaciones arruinadas, con lo que rápidamente tuvieron que reinventar su economía.
Por cierto que allí también se cultiva la piña, autóctona de allí. Según el guía, no sacan dinero por el cultivo pero el gobierno lo incentiva como bien local. Lo cierto es que está riquísima, y la mermelada de piña una delicia (aunque la de higo era también una maravilla). Sobre todo, la fuente de riqueza son las vacas y lo derivado de ellas, pues decía que hay una vaca por cada habitante de la isla. También se cultiva el tabaco y la remolacha. Nuestra visita continuó por el Lago do Fogo, otra maravilla de la isla. En Povoaçao compramos unas “bolachas” riquísimas de canela y cerveza. Si lo llego a saber hubiera comprado más galletas de cerveza, pues no saben a cerveza aunque tengan un 12 % del líquido dorado, y están muy buenas. También el mojo picante se lo ponen a todo, por encima del queso, en el pescado, etc. ¡Qué gusto comer pescado, incluso pescado azul que siente bien y que esté tan rico! Se notaba que era fresco del Atlántico. En el restaurante Aviao era donde solíamos comer o cenar. Muy cerquita del hotel.
En la excursión organizada también estuvimos en un jardín precioso llamado “Terra Nostra”, en Furnas, donde nos dimos un agradable baño de agua caliente con azufre. El jardín era precioso, con unas hojas enormes que me cautivaron, así como el esplendor de todo el jardín. Lo que para nosotros son palmeras, para ellos son helechos, como si fueran arbustos, Después fuimos a otro jardín precioso llamado “Caldeira Vielha”. Allí la gente tenía dos piscinas también para bañarse pero ya no había tiempo. Pillamos al conductor comiéndose una flor del Himalaya que por lo visto están protegidas. Dicen que son muy dulces…
Nos dejaron los últimos. Eso sí que se nos hizo pesado. Dejamos propina y me sentí avergonzada por el hecho de que en un autobús de más de 30 personas españolas nosotros fuéramos los únicos en dejar propina.
Al día siguiente hizo buen día y aprovechamos para ir a Vilafranca do Campo en el coche de alquiler para ir al ilheu , que está frente a Vilafranca. Se trata de una isla que realmente es el cráter de un volcán que ya está extinguido y donde es una delicia bañarse.
El agua está fresquita pero apetecible; le dije a mi marido que si no se oyen gritos como en el Algar o en el Pou Clar y la gente aguanta nadando es que el agua estaba buena, y no me equivoqué.
El trayecto para llegar al islote cuesta 5 euros y sirve para ida y vuelta. Para la vuelta pensábamos que no íbamos a caber todos pero el patrón del barco yo creo que ni se lo planteaba y embarcaba a todo aquel que estuviera esperando.
De vuelta a Vilafranca y como era tarde, comimos en el restaurante Atlántico. La terraza tenía unas vistas muy bonitas al islote y estuvimos muy a gusto. De vuelta a Ponta Delgada nos llovió.
Al día siguiente y último del alquiler del coche nos fuimos a Sete Cidades, en la parte noroeste de la isla. Allí hay un doble lago situado en el cráter de un enorme volcán en el archipiélago. Se compone de dos diferentes pequeños lagos (Lagoa Azul y Lagoa Verde) conectados entre sí por un paso estrecho (y cruzado por un puente), que se encuentra dentro de un volcán inactivo en el tercio occidental de la isla de Sao Miguel. La Lagoa das Sete Cidades parte de un paisaje natural de interés comunitario: es el mayor cuerpo de agua en la región y uno de los recursos de agua dulce más importantes del archipiélago.
Estuvimos en Mosteiros, con sus piscinas naturales que daban miedo en un día como aquel. Almorzamos unas lapas grelhadas, en un barecillo pequeño que no tenía demasiado pero nos sorprendimos cuando supimos que tenía wifi, y cuando una chica española le preguntó si podía tomar una ‘clara’; el hombre la entendió enseguida, y resulta que tenía un barril sólo para el limón de las claras. En cuanto a las lapas, estaban buenísimas; las hacen al fuego, con mantequilla, pimienta, limón y ajo en polvo.
En Mosteiros la playa también es muy bonita. Llama la atención las escaleras para bajar a las hondonadas de agua.
Regresando pasamos por Porta da Ferraira porque la publicitaban como zona termal. El balneario, lo que son las instalaciones, estaban todas cerradas. Me dio pena ver que estábamos a primeros de septiembre y un lugar tan emblemático estaba cerrado sin ningún cartel.
Las piedras eran todas volcánicas. Daba gusto caminar mientras oíamos el crepitar de las piedras oscuras bajo nuestros pies.
De todos modos, en la playa había una zona acotada como “zona termal” y una escalera para bajar. Había mucho oleaje pero supongo que cuando el mar no está tan movido la temperatura del agua debe ser buena.
Luego regresamos a Ponta Delgada. Mi marido quería ver la puesta de sol en el mar. Nos pedimos dos cervezas de un bar y nos sentamos pero enseguida, y sin avisar, empezó a llover fuertemente y corrimos a refugiarnos. De allí al hotel. El tiempo, en esta época del año ya empieza a cambiar en las Azores, y se vuelve más tropical.
Al día siguiente dimos una vuelta por Ponta Delgada y realizamos unas compras. Aunque en Ponta Delgada no hay playa, la gente se baña en el puerto, en una zona habilitada para ello. De hecho no parece que esté muy contaminada pues apenas se ven barcos.
Para finalizar, comentar que el viaje fue muy bonito y agradable. Agradable a los ojos y al cuerpo. Recomendable definitivamente.
Autora: Cristina Arroyo Martínez