Hay ciertos lugares en los que solo de oírlos nombrar, piensas: «Eso es el Corazón de Castilla»; entendámonos, Castillas hay dos, todos lo sabemos, pero generalmente al referirnos a «Castilla la Mancha» y a sus habitantes pensamos sobre todo en el adjetivo «manchegos». Así que cuando realizamos en agosto la escapada a Valladolid, no podíamos perder la oportunidad de volver a Toro, el pueblo de mi abuela materna.

Había que armarse de valor, porque el termómetro marcaba 38º. En otras ocasiones estuve allí pero era muy pequeña y los recuerdos eran difusos. Pero sí recordaba un hotel donde nos alojamos y que se llama Juan II, y lo recuerdo porque tenía piscina, y como también fuimos en verano, para mi hermana y para mí fue todo un oasis, el estar en esa piscina desde donde se divisaba el Duero, mientras mis padres y hermano se iban a dar una vuelta por el pueblo.

Ese hotel está situado en el Paseo del Espolón. Mi abuela siempre hablaba de ese paseo. Tiene una vista magnífica al río, y está muy bien cuidado. Ella decía que iban a lavar al río, y pienso en la excursión que tenían que hacer para llegar hasta allí. Según decía mi madre, cuando iban a lavar, lo hacían varias vecinas y pasaban prácticamente el día junto al Duero. Estiraban la ropa en la hierba y cuando estaba prácticamente seca, emprendían el camino de vuelta. Eso sería en los meses cálidos porque en invierno hace frío, y también nieva.

En ese paseo ahora han colocado una preciosa réplica del toro íbero del cual se dice que da nombre al pueblo. Antiguamente se encontraba junto al Arco de Santa Catalina, a la entrada del municipio, pero ahora lo han trasladado a las espaldas del Paseo del Espolón, y casi al lado de la Colegiata.

Solo por visitar la Colegiata, llamada Santa María la Mayor, ya merece la pena una escapada a Toro. Una preciosa muestra del Románico, si no la más importante de toda la provincia de Zamora. El precio son 4 euros la entrada general, y 3 euros la reducida. Y si ya por fuera impresiona, lo que te encuentras en el interior merece con creces lo que se paga.

Pórtico de la Majestad

Salimos gratamente sorprendidos con nuestra visita a la Colegiata. Seguimos callejeando por el pueblo. Pero el calor incesante de agosto no propició disfrutar de la visita tanto como hubiésemos querido.
Era difícil encontrarte a alguien por la calle, y las personas con las que te topabas eran turistas, como nosotros.

Aquí algunas fotos de nuestro paseo:

También recalamos en una tienda-bodega del centro de Toro. Era de las pocas que estaban abiertas en ese día tan caluroso. Su nombre era «Divina Proporción», y pudimos degustar algunos de sus vinos. Allí el vino se fabrica con uva tinta de «Toro», una variedad autóctona de la que se dice que se libró de la plaga de la filoxera de finales del s.XIX. La chica de la tienda era muy amable.

Compramos un queso muy sabroso de la marca «Chillón» y chocolate, que por cierto, en otros municipios de España e incluso en gasolineras Repsol, he visto la misma marca que adquirimos: «La Superlativa«. Un buen marketing.

En un viaje anterior, mi hermana, mi sobrina y mi madre se alojaron en un hotel-palacio muy bonito llamado «Rejadorada». Curiosidades de la vida que en esa finca era donde vivió mi bisabuela. Ella cuidaba la casa de los señores a cambio de poder vivir en la última planta. Con veintiocho años enviudó y tuvo que sacar adelante tres hijos, aunque en aquellos tiempos los hijos tenían que «espabilarse» bien temprano.

Por cierto que nosotros tomamos el autobús desde Valladolid. Así que si vas en bus, no tendrás problema porque al menos desde Valladolid hay cada hora, y la estación no queda lejos del municipio. Pero si lo deseas, hay un cartel con el nombre de dos taxistas que pueden ir a buscarte a la estación.

Toro fue capital de provincia (la perdió en 1833). De su pasado glorioso dan buena cuenta sus magníficos palacios y casonas. Desprende historia, pero también aroma a pueblo, a tradición, a agricultura y a vino.

Puedes consultar todas sus bodegas en la página de la D.O. Toro

A mí me queda la asignatura pendiente de regresar y disfrutar de Toro en otra época del año.

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Por Cristina Arroyo

Escritora. Autora de artículos turísticos. Autora de los libros "Los Vértices del Cariño", "Historias de un bar con música a menos tres escalones", y "La Senda del Camaleón". Editora de la novela histórica "Al-Azraq, el árabe". Presidenta de AAPET

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